44 Pág.
Es el tercer libro de esta poeta nacida en San Justo, partido de La Matanza, en 1982. Organizado en dos secciones bien diferenciadas ?la primera, “y donde había pared vi un espejo”, contiene la mayor parte de poemas?, el libro parece escrito bajo el signo de la simetría: dos ambientes, dos voces poéticas (una en singular, la otra en plural), dos edades para la educación sentimental: la infancia y la vejez ajena como un espejo-pared en el que rebotan las fantasías, los temores y las expectativas. “Escucho que hablan de la revolución/ un manto de polvo se eleva con el dócil viento de la tarde/ entro en pausa, pienso en todo aquello que no cambió”, se lee en el segundo poema de Cuando la forma del día desvanece. Desde un umbral, o una rendija que la percepción abre en la vida cotidiana, la voz de los poemas fluye sin obstáculos y también sin las grandilocuencias del arrebato lírico, no porque haya en esos arrebatos nada censurable, sino porque el caudal de los poemas de Suozzo es contenido. Eso no implica que la emoción que conllevan sea moderada: en el extraordinario poema “Iniciamos el fuego con un puñado de pasto seco” (los poemas de Suozzo no tienen título o el primer verso les da título) una quema de basura, hojas y ramas secas cobra la dimensión de una elegía al paso del tiempo: “prendimos la fogata en la parte del terreno/ que aún no invade la hierba/ ese lugar que heredaste y que algún día heredaré/ si quedan prolijos los papeles/ no sé cuánto tiempo en común nos queda por compartir/ pasa un momento detrás de otro/ mientras quemamos la basura”. En los poemas de Suozzo la intimidad opera -a diferencias de hipótesis ensayadas por representantes de una vanguardia de arena? como catalizadora de la experiencia colectiva.
Edita Caleta Olivia
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44 Pág.
Es el tercer libro de esta poeta nacida en San Justo, partido de La Matanza, en 1982. Organizado en dos secciones bien diferenciadas ?la primera, “y donde había pared vi un espejo”, contiene la mayor parte de poemas?, el libro parece escrito bajo el signo de la simetría: dos ambientes, dos voces poéticas (una en singular, la otra en plural), dos edades para la educación sentimental: la infancia y la vejez ajena como un espejo-pared en el que rebotan las fantasías, los temores y las expectativas. “Escucho que hablan de la revolución/ un manto de polvo se eleva con el dócil viento de la tarde/ entro en pausa, pienso en todo aquello que no cambió”, se lee en el segundo poema de Cuando la forma del día desvanece. Desde un umbral, o una rendija que la percepción abre en la vida cotidiana, la voz de los poemas fluye sin obstáculos y también sin las grandilocuencias del arrebato lírico, no porque haya en esos arrebatos nada censurable, sino porque el caudal de los poemas de Suozzo es contenido. Eso no implica que la emoción que conllevan sea moderada: en el extraordinario poema “Iniciamos el fuego con un puñado de pasto seco” (los poemas de Suozzo no tienen título o el primer verso les da título) una quema de basura, hojas y ramas secas cobra la dimensión de una elegía al paso del tiempo: “prendimos la fogata en la parte del terreno/ que aún no invade la hierba/ ese lugar que heredaste y que algún día heredaré/ si quedan prolijos los papeles/ no sé cuánto tiempo en común nos queda por compartir/ pasa un momento detrás de otro/ mientras quemamos la basura”. En los poemas de Suozzo la intimidad opera -a diferencias de hipótesis ensayadas por representantes de una vanguardia de arena? como catalizadora de la experiencia colectiva.
Edita Caleta Olivia